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Hágalo usted mismo

Con la entrada en vigor a partir del 1 de enero de 2018, de la mayor parte de medidas integrantes de la Ley de Reformas Urgentes para el Trabajo Autónomo (Ley 6/2017) que no pueden separarse de la apuesta por el emprendimiento acometida por el Gobierno del Partido Popular, es buen momento para recordar que lo “autónomo” es lo contrario de lo “colectivo” y que frente a la individualización de la economía y, consecuentemente, del deterioro de las Relaciones Laborales que consolida un modelo social de por sí insolidario (moralmente legitimado -gran victoria del pensamiento liberal- desde los años ’70) se contrapone el emprendimiento colectivo (entender la empresa como proyecto compartido) con especial referencia a la Sociedad Laboral en tanto modelo mercantil en el que la Economía vuelve los ojos a la persona contribuyendo a la construcción de un modelo social solidario y comprometido con el entorno.

Continuadoras del espíritu del Real Decreto-Ley 4/2013, de 22 de febrero de Medidas de Apoyo al Emprendedor y de Estímulo del Crecimiento y de la Creación de Empleo, estas “reformas urgentes” desvinculan a los Poderes Públicos de la obligación de poner las condiciones para la creación de empleo (y la consecuente reducción del desempleo) mediante el diseño y la aplicación de políticas activas, colocando como figura “ideal” (por lo liberal) para el “crecimiento” al “emprendedor” (concepto económico indeterminado) que no obstante podría reducirse al mínimo común denominador del “hágalo usted mismo”.

Tampoco conviene olvidar que, para que ese individualismo liberal que de forma natural e inconsciente veníamos asumiendo como un elemento más de la construcción ético-intelectual post- Guerra Fría terminara de enraizar en nuestras sociedades, desde 2007 y, parece ser que hasta 2017, nos tocó atravesar “los años de la crisis”, tiempos de “economía de guerra” caracterizados por la consolidación de grandes desequilibrios sociales, económicos y financieros, que no se termina de saber hasta qué punto han podido ser una apuesta intelectual (en tanto que “construcción del pensamiento”) dirigida a herir de muerte al Estado del Bienestar tal y como lo conocíamos y que habíamos llegado a creer que formaba parte de la esencia cultural de Occidente.

Porque aunque entre las “razones para una crisis” se incluyan “fenómenos” imprevisibles que escapan de todo control (y previsión) y que como fuerzas de la naturaleza arrasan con las estructuras sociales previas en las que se desarrollaban las facetas social, familiar y profesional de los ciudadanos (con la pérdida de referencias que eso implica) no podemos negar la contribución necesaria que, para la consolidación de este fenómeno, han prestado otro tipo de actuaciones conscientes y voluntarias, y en concreto las reformas laborales de 2010 del PSOE y la del 2012 de PP, que nos han llevado al desequilibrio de fuerzas en la negociación colectiva que apreciamos a día de hoy, produciendo un deterioro difícilmente recuperable de las Relaciones Laborales que, en el futuro se vería sin duda incrementado con la “epicentrificación” del trabajo autónomo en detrimento del trabajo asalariado, entorno en que las Relaciones Laborales quedarían fuera de juego porque, cobertura legal mediante, ni siquiera existen.

Si a todo esto unimos la desconfianza que generan los sindicatos mayoritarios desde que la ciudadanía ha comenzado a considerarlos parte del “establishment”, esta promoción del trabajo autónomo junto con otro tipo de consignas de compleja construcción gramatical como la que se refiere a la “necesidad de cambiar el modelo productivo” o las que introducen engañosamente conceptos como la “sostenibilidad” desde una perspectiva conservadora (y no progresista) para aplicarlo a estrategias de política económica, así como las que se refieren a “sentar las bases de un crecimiento que permita generar empleo”, cuyo contenido, puesto en práctica y desvelado el hechizo, no hace sino avanzar en la liberalización no ya sólo de la Economía (que ingenuamente veníamos asumiendo) sino también del Trabajo.

¿A qué se reducen las relaciones laborales (en minúscula esta vez) si la tendencia es que los trabajadores facturen a las empresas por los servicios que les presten en lugar de integrarse en sus estructuras como trabajadores por cuenta ajena a cambio de un salario? En principio parece que en lo que terminará denominando “individualización las relaciones laborales” que no será sino una “negociación de precios a la baja” bajo la capa de la “cultura emprendedora” y que al no regular medidas técnicas propicia el incremento del número de trabajadores (falsos autónomos) desprovistos de derechos.

Y todo ello, según pretenden hacernos creer, con el objetivo de “dotar a la economía española de estabilidad macroeconómica tanto en términos de déficit público e inflación como de equilibrio exterior” (otro hechizo) y que aunque parezca muy compleja, se puede traducir (de Castellano a Castellano) de la manera siguiente: fomentamos el trabajo autónomo, y especialmente a los autónomos que no lo hayan sido anteriormente por medio de la tarifa plana, para que a la vista de lo económico que resulta regularizar la propia situación profesional (la economía sumergida sigue moviendo montañas; de ser reales las cifras de desempleo “técnico”, hace tiempo que aquí habría estallado el equivalente millenial de la Revolución Francesa) las listas del paro disminuyen, y se recupera la confianza de “los mercados internacionales” para en la misma jugada “lograr mayor solidez y solvencia de las entidades financieras, que les permitan volver a canalizar el crédito hacia la inversión productiva”. Y es que si bien es cierto que la banca española gana solvencia (omitiendo a qué costes) según el IV Informe sobre Financiación de la Pyme en España que elabora la Confederación Española de Sociedades de Garantía, el 56% de las pymes que necesitaron un crédito en los últimos seis meses tuvieron dificultades para financiar sus proyectos. Una vez más, la realidad (testaruda) por mucho que escondamos la cabeza, sigue haciendo acto de presencia.

El objetivo de “conseguir un alto grado de flexibilidad que permita ajustar los precios y salarios relativos, de forma que se consiga aumentar la competitividad de nuestra economía” también tiene traducción directa en las altas tasas de temporalidad del trabajo por cuenta ajena, que aparte de incrementar la desigualdad y la pobreza, contrarrestan la confianza que se pretende generar en los “mercados” con la promoción del trabajo autónomo. Basar la productividad de las empresas en la precariedad de la clase trabajadora además de injusto no es sino un ejemplo del bombardeo al que han sido sometidas las Relaciones Laborales, con la aquiescencia de los sindicatos mayoritarios a quienes en su defensa del “diálogo social” no podemos dejar de ver como parte (probablemente involuntaria) del “establishment”.

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